Respirar

El día que respiré en la provincia de Burgos estaba al borde del colapso.

Desde el 14 de marzo estábamos encerrados en la ciudad, atrapados en un círculo infame: dormir, trabajar, comer. El trabajo era agotador. Mi bebé me parecía una carga opresora y mi pareja me enervaba continuamente. La vida era una puñetera mierda.

Cuando por fin abrieron el confinamiento local, Roberto propuso viajar el fin de semana al pueblo, Tablada del Rudrón. Cuando llegamos, un aguacero calaba mi mal humor y el interior de la casa recriminaba a gritos el abandono.

—Tendré que limpiar todo esto—mascullé con el ceño fruncido.

—Déjalo. Vamos a dar un paseo.

—¿Con esta lluvia?

Roberto no contestó. Enfundó a Pablo en el portabebés y emprendimos la marcha con paraguas.

La naturaleza apaciguó mi ansiedad. El sonido del agua sobre las hojas, la explosión de colores en los árboles, el contacto del camino sobre mis pies… y ese olor irrepetible a tierra mojada. Me detuve un momento. Inspiré, expiré y mi espíritu se elevó al firmamento.

Entonces, Pablo rompió a llorar.

—¡Vaya! ¿Qué le pasa a este ahora?

—Como en el parto —respondió Roberto.

Le observé sin comprender y él añadió:

—Respirar.

Imagen de Thomas B. en Pixabay 

2 comentarios en “Respirar”

  1. Muy bueno y pura realidad Amaya. Me vino a la memoria las imágenes de la lluvia cuando visite Galicia. Ese olor a tierra mojada y ese tintinear de las gotas al caer sobre ti.

  2. Muy bueno, Amaya! Nosotros también nos fuimos a la casa de los abuelos en una aldea cercana y creo que volví con agujetas en las mejillas de tanto sonreír. Fue un desborde de ventilación…una experiencia increíble!

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