Sputnik-V

Ivanna sostenía un revólver en sus manos por primera vez. Era pesado y frío, pero se adaptaba a sus dedos como una segunda piel. El corazón le latía a mil por hora y la mascarilla que debía llevar siempre le dificultaba la respiración, pero intentó controlar sus nervios para salir entera de aquella.

El cubículo en el que se había escondido tenía atascado el inodoro y podía oler su hedor, pero no la importaba. Su mente estaba concentrada en oír el portazo de entrada a los baños. Eso significaría que habían descubierto su huida de la vacunación masiva en el colegio. Para atajar la COVID-19 en Rusia, Putin había ordenado que todos los profesores se inocularan el Sputnik 5, pero Ivanna no lo veía nada claro. Una amiga enfermera ya le había manifestado sus dudas sobre los posibles efectos secundarios. De hecho, informaciones clandestinas apuntaban a que en los colegios donde se había llevado a cabo, el 38 por ciento del personal presentaba reacciones no deseadas como infartos, trombosis o ictus, sobre todo en aquellos con complicaciones previas.

Ivanna, diabética de nacimiento, se negaba a hacer de conejillo de indias y engrosar ese 38 por ciento. Y aunque su pareja le había conseguido un arma en el mercado negro, ella rezaba para que no hiciese falta apretar el gatillo…

—¡Plom!

La puerta de los baños se abrió bruscamente e Ivanna contuvo un respingo. Se subió a la tapa del inodoro con la mirada clavada en la endeble cerradura de su cubículo.

—Sé que estás aquí, Ivanna, no puedes escapar…

Oía sus pasos lentos sobre las baldosas del suelo y veía su sombra colándose por la rendija inferior de su puerta.

—Considéralo un acto de heroísmo por tu patria, Rusia. Un acto sencillo pero valiente. ¿O es que quieres ser acusada de traición?

El llegado empezó a abrir uno por uno los cuchitriles hasta que llegó al suyo. Forcejeó el picaporte y cuando comprobó que estaba bloqueado, retrocedió un poco.

—Por fin te he encontrado. No tengas miedo. Solo será un pinchacito.

Ella tragó saliva y asió el revólver con fuerza. El corazón le palpitaba en los oídos y sentía el calor de su respiración atrapado en la mascarilla. El hombre dio una patada a la puerta, que giró sobre sus goznes con violencia y rebotó contra la pared de panel fenólico.

Quedaron los dos cara a cara. Ella, con el pelo pegado a la sien y él sonriente y amenazador. Entonces, Ivanna hizo algo que jamás habría imaginado: disparó. Disparó hasta que vació el tambor. En la cara, en el pecho, en las piernas. La sangre le salpicó en los ojos.

El potente retroceso del arma provocó que se cayera del inodoro. Se golpeó la cabeza contra la cisterna de porcelana y se desmayó. Volvió en sí al sentir una pequeña punción en el brazo.

—Ya te dijo mi compañero que solo sería un pinchacito…

————

Imagen de MikeGunner en Pixabay 

Amaya M. Vicario

PRIMER RELATO GRATUITO PARA TI 🎁

Accede y en menos de 1 minuto podrás descargar el primer relato de «El mundo a rayas» de forma gratuita. Además tendrás acceso a contenido exclusivo, novedades y sorteos para agradecer tu suscripción.

* campos obligatorios

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *